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Melisa empezó este proyecto haciéndose la pregunta por la permanencia del cambio y una relación con el cambio climático. ¿Qué significa que el mundo este cambiando, cuánto dura este cambio? ¿El cambio es destrucción, evolución o conversión? Y estas preguntas, inicialmente personales y artísticas, pronto se convirtieron en un catalizador de historias, conversaciones, relaciones, encuentros y meditaciones.
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En esta ocasión, Lina Useche, curadora emergente y Carolina Silva Lurduy, especialista en arte contemporáneo y literatura, exponen en forma de crónica sus percepciones, sensaciones, miradas atentas y críticas sobre dos de las curadurías del pasado 45 Salón Nacional de artistas. Percepciones en clave de diálogo, de vínculo, una reflexión de lo que suscitó y quedó de uno de los eventos más importantes este año en el país.
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Recordaré una con vigor y permanencia. La bella representación gráfica de los movimientos insurgentes nacidos en los años 60´s: reuniones de líderes políticos y rebeldes, movimientos campesinos, mujeres guerrilleras; otra, basada en los mapas orales que dibujo un artista para registrar la historia del territorio campesino; otra de la resistencia de los grupos y el homenaje a Temístocles Machado…
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Existen lugares de memoria. El recuerdo del dolor a veces se vuelve poesía y esto es lo que nos permite soportarlo. La poesía produce ese placer doloroso, amargo también pero certero, liberador. Los lugares de memoria son territorios ocupados por lo simbólico. No necesitan un cuerpo, una estructura, un monumento o una estatua para ser entendidos, para ser significados.
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Yoko, entonces no fue una musa inspiradora, ni la bruja irruptiva de un orden perfecto de creación masculina (léase Beatles), sino una protagonista activa de este cambio, alguien que entendió que se puede crear desde la individualidad y la dupla, y a quien no se le termina de reconocer la importancia de su rol, más que como rockera o performer, como música y creadora.
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Entendí, desde que empecé a leer en novela gráfica, que la historia no se materializa en la letra, que la estética de la novela está en los trazos, los espacios entre los dibujos, los detalles, los silencios o las partes, paradójicamente inanimadas; la continuidad de cada recuadro o el énfasis en las expresiones.
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Entendí, desde que empecé a leer en novela gráfica, que la historia no se materializa en la letra, que la estética de la novela está en los trazos, los espacios entre los dibujos, los detalles, los silencios o las partes, paradójicamente inanimadas; la continuidad de cada recuadro o el énfasis en las expresiones.
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Las exposiciones a veces son archivos. Los archivos a veces son exposiciones.
Cuando un archivo se vuelve testimonio de los procesos, de las experiencias, acciones, personajes, conceptos, reflexiones y hechos de un proyecto. Y sobretodo de un fenómeno de cambio cultural: de la identidad, la voz, las historias, el cambio de una comunidad; entonces, es allí cuando el archivo se convierte en un acontecimiento.
Las obras de arte son acontecimientos; entonces estos se exponen a las miradas de los espectadores.
Esta exposición es una voz que habla.
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El jueves pasado asistimos a la contemplación de prácticas, unas artísticas, otras más sociales, culturales o activistas. A la entrada, el texto nos invitaba a pensar en los “otros”. En cómo habitan, en cómo sienten sus realidades, en cómo viven su contexto diario, en cómo superan esas barreras que nos ponen los territorios.
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Un escritor fue convocado a un encuentro de arte que ocurre cada cinco años en una ciudad que pocos conocen. Cuando atendió el llamado de una voz melodiosa y tentadora, la de María Boston, nunca se imaginó que el McGuffin que lo seduciría terminaría llevándolo a esa desconocida ciudad en Alemania.
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La falsa realidad de la fotografía, la otra cara de la verdad (si es que existe) el espejismo de lo legítimo y lo inenarrable.Eso es lo que al parecer nos quiere plantear el fotógrafo Catalán Jean Foncuberta al mostrarnos la ilegitimidad de la fotografía, de la imagen y el fotógrafo.
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Nos quedamos un momento en silencio pensando en si esas monjas desnudas tendrían que mostrarnos su cuerpo para probar su transgresión. Y hablamos, -en susurros, aquel día- de esas comunes categorías en las que los ejes curatoriales dividieron la exposición, como si tuviéramos que cargar con ese lastre de tener una vagina y entonces tener que llevar a cuestas: la casa, el cuerpo, el deseo, el silencio y una intimidad relegada a los diarios.