De Música

Las veces que me golpeó la música, pero era por mi bien

AUTOR: Alejandro León Rodríguez

FECHA DE PUBLICACIÓN: 26-04-2023

Las veces que me golpeó la música, pero era por mi bien

Empecé en el mundo de la música a mis tiernos 11 años, quería aprender a tocar guitarra por influencia de algunos recuerdos de mi niñez. Momentos donde veía a mi abuelo interpretarla de forma magistral a pesar de él no tener formación musical, o las pocas veces que solía llevarme a ver toros en la Santa María -no recuerdo las corridas afortunadamente- pero en mis memorias veo a mi abuelo gozando de ellas mientras tomaba de su “bota”. Era un hombre sencillo con sus peculiaridades, amante de las películas de Cantinflas y de los danzones que ambientaban las escenas, amó a mi madre hasta su ultimo respiro en la tierra (murió en los brazos de ella) y no recuerdo un mal trato de él a mi padre; vagamente recuerdo sus conversaciones con mis papás y algunos tíos sobre La Fania, Gardel o Julio Jaramillo, -siento que esto fue mi mayor influencia-. Canciones como Djobi, Djoba de Gypsy Kings o Entre dos aguas de Paco de Lucia son las que mejor asocio con la cara de mi abuelo, y como homenaje a él ellas fueron las que más influyeron en mis ganas de adentrarme en los pentagramas y las corcheas, las cuales con muchos otros elementos me han acompañado hasta hoy.

 

El primer golpe que me dio la música fue un año después de empezar a tocar guitarra, porque hasta ese momento llegaron mis ganas de aprenderla, ya que me llené de frustraciones por no heredar las destrezas de mi abuelo. Fue un tiempo donde cada clase era incómoda porque mis manos regordetas no parecían adaptarse al diapasón de la guitarra y sus trastes cada vez me eran más pequeños, 12 años tenía y ya experimentaba un periodo con más bajas que altas, pero aprendí a leer partituras así que no todo fue malo. Luego, en el 2003 la vida me da una segunda oportunidad con la música: por aquel entonces en el colegio donde estudié un maestro grita a lo lejos “hay ocho cupos para saxofón, los que primero lleguen quedan en la clase”, llegué de octavo. La música me pegó, pero era por mi bien.

 

Esta jugada del destino marcó mi vida para siempre: de repente las manos regordetas parecían encajar en el instrumento, como no me gustaba cantar y al ser el saxofón un instrumento de viento me fue bastante conveniente, también el haber aprendido a leer partituras previamente me fue de mucha ayuda y con el paso del tiempo empecé a ser más ágil con el instrumento, ya que al ser un colegio técnico estas clases se complementaban con otras asignaturas acordes a la formación de un conservatorio: piano complementario, historia de la música, grupos de cámara, ensamble sinfónico, solfeo, gramática, dictados rítmico-melódicos, entrenamiento auditivo, contrapunto, progresiones armónicas, ensamble coral -¿Mencioné que no me gusta cantar?-. Entonces viene el segundo derechazo a mi cara y como dirían los Hermanos Lebron: “Cuando hay una alegría, por cada risa hay diez lágrimas”, las clases de teoría con su infinidad de reglas y las malditas quintas paralelas y resoluciones inconclusas me atormentaron incluso en el pregrado porque eso sí, el “formol” en la escuela clásica y la rigurosidad de los tratados de armonía son el pan diario de la escuela, pero es por mi bien, ¿no?

 

Más adelante y entre todos esos ires y venires de la academia, pasando por maestros con metodologías educativas revolucionarias: -la letra con sangre entra- llega a mi vida el famoso 4´33”, y no es que sea mi 4:20 pasado 13 minutos. En 1952 John Cage realizó una obra musical en tres movimientos, compás de 4/4 con pulso de tiempo a 60 bpm (beats per minute), un “Tacet” implícito en cada uno de los tres movimientos, todo esto seguido de… NADA. Quizá usted como lector no sepa de qué estoy hablando, qué tiene esta obra, cómo es la melodía de esta y a que viene al tema, bueno permítame decirle que aquí viene otro golpe de la música -pero por mi bien obviamente-, ya que en esta pieza ¡no existe ninguna nota musical o indicio de sonido! y este fenómeno se mantiene durante cuatro minutos y treinta y tres segundos, de ahí su nombre.

 

 

Al momento de conocer esta obra durante una de mis clases de armonía, se fueron al carajo todos mis años de estudios musicales. Mi reacción: - ¿es en serio? -, la reacción de mi maestro: preguntar que podríamos analizar de esa obra, respuesta de la clase: –nada-, no había elementos armónicos, sonidos o algún indicio que analizar. Posteriormente mi maestro leyó la explicación que el mismo John Cage dio sobre su obra, explicación que aún sigue vigente y que se puede encontrar fácilmente en la red: “No entendieron su objetivo. No existe eso llamado silencio. Lo que pensaron que era silencio, porque no sabían cómo escuchar, estaba lleno de sonidos accidentales. Podías oír el viento golpeando fuera durante el primer movimiento. Durante el segundo, gotas de lluvia comenzaron a golpetear sobre el techo, y durante el tercero la propia gente hacía todo tipo de sonidos interesantes a medida que hablaban o salían”. No sabía cómo sentirme, pero en ese punto comprendí algo, nunca terminaría de comprender la música. Mi maestro junto con John Cage acababan de darme un puntapié en los bajos al romperme el esquema de las composiciones y los tratados de armonía que me atormentaron por años. Esta obra que “respeta” todas las reglas musicales al no tener resoluciones inconclusas, quintas paralelas, octavas directas, fallos en el contrapunto ni ninguna regla que recuerde de los libros porque bueno, no hay notas musicales escritas, esto me generó conflicto en ese momento -aun lo hace porque no estoy seguro si es un gran genio o troll-, pero es por mi bien, creo...

 

Avancemos en el tiempo, me forme como interprete en saxofón -perdón abuelo, pero la guitarra y yo no éramos compatibles- y estaba listo para los escenarios y llenar salas de concierto. Gran fallo y segundo puntapié en los bajos: la oferta de este mercado es poca para tantos músicos en este país. Así que como muchos me incline por la enseñanza de la música -esto si definitivamente fue por mi bien- y los escenarios y salas de concierto se abrieron para algunos grupos y jóvenes que he tenido la fortuna de acompañar y dirigir; y es un espacio de estos es donde conocí a mi ahora esposa Laurita (como le dicen sus amigos), una joven pianista la cual me ha acompañado los últimos cuatro años. Nos conocimos en el extinto San Café Jazz Club ubicado en el Parkway y ahí sin pensarlo ni imaginarlo empezó nuestra historia y fue ella quien me dio uno de los mayores golpes musicales, pero por mi bien obviamente.

 

Laura como todo músico vanguardista y caórdica (palabra acuñada por ella que significa creatividad en el caos), tiene unas ideas interesantes a la hora de tocar el piano, componer e improvisar, todo desde la sinestesia -para ella- y las “topografías” de su instrumento. Estas grandes ideas y piezas que ha compartido con grandes músicos de Berklee College of Music y el colectivo de pianistas de Latinoamérica muestran un nivel de interiorización y clímax sin igual al momento de tocar, pero no ha podido plasmar estas ideas en la partitura y ahí es donde entro yo a que me golpee con su música, porque lastimosamente sus ideas no eran como las de John Cage y me facilitaban la escritura -soy su transcriptor de partituras-; ella por el contrario atenta contra todos los tratados de armonía, de los estilos musicales y hasta con la misma naturaleza de su instrumento, pero a pesar de esto esas obras suenan bastante bien. Sus contundentes golpes vienen cuando pretende combinar joropos con ababwas africanos, mientras en su mano derecha tiene a Liszt y en la izquierda a Chopin. He recibido cabezazos de sus compases raros, cachetadas de sus armonías y calvazos de sus contrapuntos que combinadas con las anteriores palizas me han dejado con el pago del barquero en el Aqueronte, ¡ah! pero la música y sus reconciliaciones me ha permitido sentir, recordar a los que no están, conocer otras perspectivas, encontrar a mi compañera de vida, amar al arte y sobre todo me ha dejado claro que a pesar de todos los golpes recibidos, aun estaría dispuesto a seguir con la música porque como lo dije en el título, es por mi bien.

 

 

Alejandro León Rodríguez: saxofonista consagrado y trabajador social. Se desempeña como profesor de música y de vez en cuando corteja a las letras y pasa los días con videojuegos.

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